jueves, 13 de noviembre de 2014

HACIA UNA MOVILIDAD SOSTENIBLE



Es un vídeo producido y editado como ejercicio académico, por las docentes de la Universidad del Meta, Íngrid Zarabanda y Lydney Moreno, Comunicadoras Sociales y Periodistas.

Este reportaje denominado 'Hacia una movilidad sostenible', busca evidenciar cómo influye la contaminación vehicular en el cambio climático.De igual manera, este trabajo será presentado al Segundo Concurso de Periodismo Ambiental de Cormacarena.

Un producto que se realiza con mucho esfuerzo y cariño para los estudiantes.








lunes, 10 de noviembre de 2014

EUTANASIA EN COLOMBIA


CUANDO LA LITERATURA ES FARÁNDULA

 El Colombiano, 9 de noviembre de 2014
Por: Alberto Salcedo Ramos

 En cierta ocasión un periodista que no había leído a Jorge Luis Borges lo abordó, micrófono en mano, a la salida de un aeropuerto. Las dos primeras preguntas que hizo dejaron en evidencia su colosal ignorancia. Entonces Borges, perverso como siempre, le dijo: "tranquilo, amigo, que yo tampoco leo mis libros".
 Cuando Mario Vargas Llosa obtuvo el premio Nobel de Literatura, muchos informadores volvieron a cotorrear abundantemente –cómo no– sobre el puñetazo que, a principios de 1976, el peruano le dio en el ojo a Gabriel García Márquez. También dijeron que era apuesto, que se casó primero con una tía y después con una prima.
 Un reportero se preguntó olímpicamente por cuál de todos los libros de Vargas Llosa sería que los académicos suecos decidieron concederle el galardón. En medio de esta sucesión de frivolidades, las referencias a la obra del escritor laureado fueron mínimas e insulsas.
 Hace casi veinte años, María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, fue ultrajada en Colombia por un entrevistador cuya fobia a la lectura es legendaria. De repente, casi en los albores del diálogo, el tipo planteó un asunto grotesco: ¿qué tal era Borges en la cama?
 Aquel periodista pretendía encontrar en los coitos del escritor argentino las claves que jamás había buscado en sus libros. Lo hacía por burdo, claro, pero también porque era consciente de que las cobijas que le sirvieron a Borges para resguardar sus relaciones íntimas podían servirle a él para esconder su incultura.
 Germán Espinosa me confesó que para él lo más indignante era encontrarse con periodistas que le preguntaban en qué consistía su último libro. ¿No se supone que deberían haberlo leído en vez de preguntar eso? Los escritores –agregó Espinosa– escriben los libros para no tener que andar por ahí explicando en qué consisten.
 Héctor Rojas Herazo, por su parte, me contó que una vez fue perseguido en una universidad por un reportero que juraba admirarlo muchísimo y que le solicitaba una entrevista. Cuando Rojas accedió, oyó la pregunta que menos esperaba:
 Cómo es que se llama usted, maestro?
 Al extenderse en el chismecito fácil, los reporteros perezosos esquivan la lectura. ¿Para qué perder el tiempo siguiéndoles el rastro a los personajes de las novelas, si es posible salir del paso recitando los títulos de la bibliografía o comentando una minucia sobre la vida del autor?
 La aversión por las letras no es exclusiva de los gacetilleros encargados de escribir sobre frivolidades: está presente, incluso, en muchos de quienes manejan el tema cultural. Algunos de ellos parecieran tomarse a pecho lo que el escritor George Creoly aconsejaba en broma. Y así, cuando tienen que comentar un libro no lo leen, "para no llenarse de prejuicios".
 En estos países nuestros – lo dijo Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista – "la literatura no significa gran cosa y sobrevive en los márgenes de la vida social". Eso, que suena como una calamidad, en realidad es una bendición. El problema no es tanto que la literatura sea excluida de la agenda informativa, sino que sea abordada como si fuera un aspecto más de la farándula.

martes, 4 de noviembre de 2014

FARC RECONOCEN HABER AFECTADO A LA POBLACIÓN CIVIL


PERIODISMO Y ESTIGMATIZACIÓN


El sábado 25 de octubre se llevó a cabo en Bogotá un simposio titulado “El estigma en salud mental y los medios de comunicación”, auspiciado por The Carter Center, la Universidad de la Sabana y la Asociación Colombiana de Bipolares.



Por: Piedad Bonnet.
El Espectador, noviembre 1 de 2014 


Médicos y expertos en el tema disertaron sobre la necesidad de “garantizar el respeto por la dignidad de las personas con trastornos mentales” y de desterrar del lenguaje del periodismo generalizaciones que nacen de la ignorancia y que se traducen en calificativos y expresiones que inducen a la discriminación.
 El lunes 27 el diario El Tiempo, que precisamente el sábado había publicado un editorial sobre la salud mental en Colombia, sacó un recuadro que dice: “Detrás de los asesinos solitarios suele haber individuos con graves trastornos mentales como esquizofrenia y bipolaridad”. Unos días antes, en el mismo diario se reproducía una opinión según la cual entre los jóvenes yihadistas europeos predominan “los depresivos”. Dos muestras perfectas de lo que en el simposio se pidió desterrar: generalizaciones sin sustentación que contribuyen a reafirmar el estigma social que persigue a las personas que padecen algún mal mental.
 Es posible que entre los jóvenes yihadistas haya alguno con síntomas de depresión. Pero eso no quiere decir que los 350 millones de personas que la sufren sean propensos a las acciones violentas ni a optar por el camino de lo subversivo. Y se puede dar que una persona en un estado maníaco agudo, presa de delirio, por ejemplo, cometa homicidio. Pero el porcentaje de estas acciones es tan bajo que precisamente por eso se constituyen en noticia. Me atrevería a pensar que la enorme mayoría de los autores de masacres infames, de feminicidas por celos, de delincuentes que matan por robar un celular, son “normales”. Una palabra siempre sospechosa. De otro modo, nuestros hospitales mentales estarían llenos. La violencia de la persona con bipolaridad o esquizofrenia, cuando la hay, suele ser más bien contra sí mismo, pues deseando que su dolor cese recurre al suicidio. Y hay cientos de personas con esos males que llevan vidas pacíficas, incluso funcionales, que les permiten sostenerse en su trabajo y tener relaciones de pareja. Si examinamos las biografías de los numerosos artistas afectados por la enfermedad mental —Van Gogh, Sylvia Plath, Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, Robert Walser—, podemos ver que en medio de su profunda desdicha fueron altamente creativos, llegando algunos a tener matrimonios, hijos, poderosas amistades. Un caso reciente es el de Catherine Zeta-Jones, quien confesó abiertamente que padece bipolaridad y, sin embargo, después de sus crisis regresa a la actuación.
 Algunos periodistas lo que hacen es reproducir los prejuicios del común de la gente. Recordemos que un enfermo es mucho más que la enfermedad, y que la estigmatización lo induce al ocultamiento, afecta su autoestima y reduce sus posibilidades vitales. Yo sueño que así como se está ganando la batalla contra la estigmatización de los homosexuales, después de años de represión y descrédito, haya un día en que las personas con enfermedad mental puedan confesarla, y en vez de rechazo reciban respeto y oportunidades de vida.

LECCIONES DE IMPUNIDAD

Por:  Andrés Mejía 
Vanguardia Liberal,  noviembre 1 de 2014
Se atribuye a Darío Echandía la frase según la cual nada en Colombia otorga tanto prestigio como una larga impunidad. El deseo de estar por encima de la ley no es una pasión exclusiva de los criminales en Colombia. Ahí yace una de las fracturas culturales más graves que tenemos y que se seguirá abriendo, en la medida en que los colombianos comunes y corrientes crean que salirse con la suya y escapar a la ley es un acto digno de celebrar.
Cuando yo estaba en el bachillerato, el coordinador académico de nuestro colegio envió a los padres de familia una circular, en la que daba algunas recomendaciones para los casos en los que algún estudiante tuviera problemas con autoridades. Empezaba con una recomendación: si su hijo tiene problemas con las autoridades por actos de los que realmente sea responsable, no lo defienda: ayúdelo a entender que cometió un error y que ello tiene consecuencias.
Pues bien: este consejo, totalmente sensato y conducente a la formación de una responsabilidad individual, provocó una crisis: masivamente se quejaron los padres de familia y arremetieron contra Edgar, nuestro coordinador, porque consideraban afrentosa esa recomendación.
De acuerdo con la perspectiva de los padres, si un muchacho manejaba borracho, si agredía a alguien, si irresponsablemente causaba un daño, lo que había que hacer era librarlo de las consecuencias. Y sobre todo, en odiosa actitud elitista, no permitir que un simple agentico de Policía se metiera con él. Todos esos padres dieron a sus hijos una lección de impunidad, que probablemente algunos de ellos transmitan también a sus hijos.
 Lección como la que esta semana dio a todo el país el presidente de la Corte Suprema, quien invocando su poder y su autoridad, y valiéndose de recursos policiales que el Estado le brinda a su corporación (no a él), quiso librar a su hijo de un problema policial en el que se metió.
 El problema era menor y algo arcaico a mi modo de ver (“actos obscenos”). Pero la actitud del padre no fue la de una razonable consideración de los hechos: fue la de una defensa ciega y abusiva de su hijo, con el ingrediente también elitista de que ciertas personas ni sus familiares, por sus supuestamente altas calidades, jamás podrían ser molestados por un simple policía. Y estos son nuestros altos magistrados.



jueves, 16 de octubre de 2014

INDIGNACIÓN


Por: Margarita Orozco Arbélaez

La indignación es ese sentimiento particular de rabia que se experimenta cuando alguien obtiene lo que no merece.



La indignación es ese sentimiento particular de rabia que se experimenta cuando alguien obtiene lo que no merece. En el fondo, es ira contra la injusticia. La misma que se siente al ver a un tipo como Emilio Tapia, uno de los responsables del saqueo de Bogotá, en plena parranda vallenata con sus amigotes dentro de la “cárcel” La Picota, en donde rueda el whisky y se chatea por celular mientras se celebra la existencia del paramilitarismo, la corrupción y el narcotráfico.     


Ira contra la injusticia es lo que se siente al saber que mientras La Picota presenta graves problemas de derechos humanos, tiene un hacinamiento carcelario de más del doble, la gente duerme hasta en los baños y el suministro de agua es insuficiente, el señor Tapia se da el lujo de poner un límite en el número de internos en “su pabellón” porque, seguramente, le preocupa que se le coman el mercado de carnes frías y mariscos que guarda en su propia nevera y que entra semanalmente frente a los ojos del Inpec, institución que ya no encuentra qué disculpa sacar para explicar tanta corrupción e incompetencia.



Aristóteles nos enseña que la justicia consiste en dar a cada quien lo que le corresponde. Y para determinar quién merece qué, habremos de saber qué virtudes son dignas de recibir honores y recompensas: ¿Seguiremos premiando a los corruptos? ¿A los responsables de las masacres en Colombia? ¿A quienes no sienten ni un asomo de vergüenza de haber saqueado el erario público? La ley no puede ser neutral en lo que se refiere a las características de una vida decente.



Por esta razón, a mí me encantaría ver a todos los responsables  del “Carrusel de la Contratación” echando pico y pala, para arreglar cada hueco, cada calle y cada centímetro de la destruida Bogotá, hasta terminar de pagar los más de 2.000 billones de pesos que se robaron.  



Si yo fuera juez, les pondría como pena que trabajen 12 o 14 horas por día como lo  hace un trabajador raso en Colombia. Que lleven a diario su coca con sopa de arroz para la media hora de almuerzo y que al final de la tarde, para compensar el cansancio, se devuelvan en Transmilenio a dormir a La Picota, en donde no habrá privilegios y compartirán el hacinado espacio de una celda, corredor o baño con quien les toque.



Deberían llegar en la noche a limpiar los baños y a organizar su espacio antes de dormir, habiendo pasado primero por la tienda cercana a comprar lo que les alcance con los 2.000 pesos del diario para preparar la comida y el almuerzo del día siguiente. Tendrían que madrugar a las 4 de la mañana para llegar a tiempo a su trabajo, que dependerá de la zona en donde estén los huecos y de los trancones, que habrán de prever para que no se les descuente el retardo.  



Porque en este país el castigo no es el encierro de una prisión, el verdadero castigo es ser pobre y tener que vivir en la ciudad que se roban los que están en la cárcel. Eso sí que es un castigo.  



Por eso deberíamos privar a estos personajes de sus ratos de ocio y ponerlos a experimentar lo que se siente ser un trabajador que devenga un salario mínimo en Bogotá. De esta forma, probarían de su propia medicina y le ahorraríamos unos cuantos pesos de mano de obra al Distrito. Estoy segura, además, de que algunos ciudadanos nos ofreceríamos de voluntarios para hacer la supervisión de las labores con la ayuda de la Policía, no vaya a ser que el Inpec se meta y todo termine en parranda vallenata.      



Mientras fantaseo sobre cómo hacer justicia, recuerdo una frase de Michael Sandel que dice que una sociedad que pregona la justicia, debe preguntarse por la forma como distribuye las cosas que aprecia: ingresos y patrimonios, deberes y derechos, poderes y oportunidades, oficios y honores. “Una sociedad justa distribuye esos bienes como es debido”.  



¿Quiénes están recibiendo en Colombia los ingresos, los poderes, las oportunidades y los honores? La respuesta sólo produce indignación.   

lunes, 6 de octubre de 2014

TWITTER: ¿ÁGORA O CLOACA?

Por: Revista Semana. 


En Colombia, la red social Twitter pasó de ser un templo de la libertad de expresión a convertirse en un callejón donde muchos, desde el anonimato, insultan, calumnian e, incluso, incitan al delito. Y nadie conoce la solución.


La semana pasada, Jon  Lee Anderson, respetado cronista de la prestigiosa revista The New Yorker, hablaba tranquilamente en Medellín durante la entrega de los premios Gabriel García Márquez de periodismo. Pero su tono de voz cambió cuando le pidieron su opinión sobre Twitter y las redes sociales. Se puso serio y dijo que las consideraba “un gran basurero”. Más tarde, en entrevista con El Tiempo, completó su ataque: “A lo mejor puedes encontrar ahí alguna comida que te sirva, pero mucho es solo basura”.
Las palabras de este prestigioso periodista encajaban perfectamente con una sensación que algunos colombianos tenían por esos días. El lunes Gerónimo Ángel, hijo del célebre futbolista Juan Pablo Ángel, había sido objeto de un fuerte matoneo en Twitter. Esa noche, el niño había cantado en el programa La Voz Kids, y los dos minutos ante las cámaras bastaron para desatar una oleada de ofensas en su contra.
Unos meses atrás, la esposa del futbolista James Rodríguez recibió todo tipo de improperios y ofensas por su aspecto físico y por el simple hecho de haber viajado a Madrid para acompañar a su pareja. En mayo, un grupo de tuiteros no tuvo el mínimo respeto ante la tragedia de Fundación y se burlaron de los niños que murieron incinerados en un bus. Y para no ir más lejos, la Fiscalía investiga el caso de un hacker presuntamente contratado en las pasadas elecciones para atacar el proceso de paz y enlodar a importantes políticos. 
En Colombia, como en otras partes, Twitter se ha convertido cada vez más en un lugar muy oscuro donde los desadaptados, siguiendo intereses de todo tipo, insultan, calumnian y hasta cometen delitos como la estafa. Cada vez más esa buena herramienta está siendo acorralada por un maremágnum de agendas de sujetos atrincherados en sus odios, muchos de ellos encapuchados en troles y alias para mantenerse en la oscuridad.
SEMANA consultó a expertos para entender por qué uno de los  más sofisticados medios de comunicación del siglo XXI se ha convertido en el “basurero” que menciona el periodista Anderson. Más allá de los debates entre quienes defienden esa y otras redes sociales y quienes las ven como una amenaza, los consultados coinciden en que hay grandes problemas. Además, están de acuerdo en un punto central: nadie, ni en Colombia, ni en otras partes del mundo, sabe a ciencia cierta cómo esas fallas que permiten el insulto y la difamación pueden ser reparadas. Y, sobre todo, no es claro cómo se puede defender el calumniado y a qué recursos legales puede acudir, sobre todo porque no hay una jurisdicción que pueda abarcar la enorme difusión de la infamia.
Pablo Jacobsen, un asesor de comunicaciones digitales que lleva años estudiando la evolución de las redes en el país, está de acuerdo con Anderson. Para él, al ser “solo una herramienta” Twitter depende de quién y cómo lo use. Considera que, “en un país de apasionamientos”, la red social se ha convertido en un “medio de desahogo” y “en un motor del fanatismo”. Y tiene razón: estudios de comportamiento concluyen que algunas personas tienden a ser más activas en el mundo digital que en el físico y que en las redes sociales tienden a ser más virulentas cuando sienten afinidad con algún debate.
Lo grave es que Twitter cada vez más cae en manos de gente que quiere desplegar estrategias de desprestigio. Según Jacobsen, “así surge el matoneo”. Y hacer daño a través de Twitter es muy sencillo. No hay que ser un experto para abrir cuentas falsas y empezar a disparar. Los blancos pueden ser personas del común, pero también personajes, empresas y gobiernos. Y las campañas pueden ser espontáneas, como la que afectó al hijo de Ángel, o concertadas, como cuando algunas empresas quieren soterradamente acabar con productos de la competencia mediante cadenas de correos.
SEMANA tuvo acceso a personas dedicadas a esto último. Lo que más impacta es la facilidad con que abusan de Twitter. “Para hacer un ataque bien organizado necesitas bajar un par de programas y un poco de tiempo”, dijo un programador que pidió anonimato. Según él, explicarle a alguien cómo funcionan esas aplicaciones “no toma más de diez minutos”. Luego hay que “elegir la persona ‘target’, escribir el ‘post’ y bombardearla”. Para dirigir esos mensajes basta vincular el nombre del usuario con la ayuda del signo @.
Según ellos, se necesitan dos cosas: conseguir usuarios reales que repliquen los mensajes y crear usuarios falsos que Twitter no pueda identificar. “Lo hacemos con un programa muy fácil, donde puedes crear hasta 500 usuarios y manejarlos a tu antojo”,  cuenta el programador. “Cuando ya los tienes, te inventas alguna cosa, un meme, una caricatura o una frase atractiva, y la empiezas a tuitear con tus 500 usuarios. Luego tus amigos van también a retuitearla y, así, rápidamente creas una tendencia y viralizas tu mensaje”. De esta manera, el ataque ya es masivo e imposible de detener. Y lo peor: no hay que invertir un peso.
Por supuesto Twitter tiene muchos defensores. En otros lugares del mundo esa red ha sido definitiva para tumbar dictadores y fortalecer democracias, como ocurrió en la primavera árabe. Allí, en medio de toda clase de restricciones a la libertad de expresión, los trinos sirvieron para convocar las protestas y motivar a la gente a buscar una salida. 
Por otro lado, los gobernantes democráticos suelen hacer grandes anuncios por ese medio. También es posible conversar en tiempo real con los amigos y recibir informaciones importantes al instante, sin importar el lugar del mundo de donde provengan. Además, en buenas manos es un vehículo para difundir ideas brillantes y frases inspiradoras, al punto que algunos escritores y periodistas tienen gran número de seguidores que no quieren perderse de su capacidad de decir muchas cosas interesantes en solo 140 caracteres. Incluso para algunos miembros de la farándula, modelos, actores o actrices, es un medio de conectarse con millones de fans y crear con ellos una cercanía cotidiana antes imposible.
Por eso, Camilo García, experto en redes sociales, advierte el peligro que tendría intentar prohibir su uso. “Yo mismo he sido blanco de injurias, pero así y todo soy pro-Twitter”. García subraya su importancia para el trabajo policial y para dar la alarma ante emergencias. Un ejemplo es el incendio en Villa de Leyva de la semana pasada. “Mientras que la televisión informaba sobre el incendio, en Twitter la gente ya anunciaba que las llamas alcanzaban las casas de la ciudad”. Para él, “Twitter no es un basurero”, sino un medio que tiene que “autorreformarse”.
Lo mismo piensa Carlos Cortés, asesor en regulación de medios e internet. Dice que hay que tener cuidado con los extremismos: “Twitter no es el apocalipsis, pero tampoco es un idilio tecnológico”. Considera que es “una maravilla” que “fomenta la libertad de expresión” y que el problema es que, como “polarizar, simplificar y agredir es fácil” en la red social, esta “se ha convertido en una tribuna para decir cualquier cosa”. Cortés considera que el problema más grave es la forma como la gente y los medios cubren lo que sucede en Twitter. “Es increíble pero muchos creen que Twitter necesariamente refleja la realidad. ¡Pero no! Mucho de lo que ocurre ahí, en especial muchas tendencias han sido cocinadas”.
Tiene razón. Muchos creen que lo que leen en Twitter proviene de usuarios auténticos y lo replican sin pensar en las consecuencias. Y muchos medios, en televisión, radio y prensa, dedican secciones a anunciar las tendencias o lo que dicen los tuiteros sin considerar que pueden ser inventos y que esos tuiteros pueden ser las marionetas de fuerzas oscuras, hackers, o estrategias de manipulación. 
Se puede o no estar de acuerdo con las palabras que usó Anderson, pero la relación entre Twitter y los colombianos hace pensar que algo tiene que cambiar. Miguel Ángel Bastenier, uno de los periodistas más importantes de Iberoamérica, le dijo a SEMANA que hay que “hacer algo para impedir que gente resentida actúe con impunidad y para mostrarle que se puede comentar o criticar sin insultar”. Y para interpretar lo que pasa en Colombia con Twitter, prefiere referirse a una legendaria frase de un viejo western: “Un revolver no es bueno ni malo, depende de la mano que lo empuñe”. 

CON UN HIJO BASTA


Por: Revista Semana

Un nuevo libro afirma que contrario a lo que todo el mundo cree, tener un hijo único puede ser la mejor opción tanto para él como para los papás.

Siempre se ha dicho que los hijos únicos son egoístas, caprichosos, consentidos y solitarios. Sin embargo, una teoría señala que no solo esto es un mito sino que tener un solo hijo podría ser la mejor opción para los padres del siglo XXI. Así lo plantean las psicólogas María Elena López y María Teresa Arango en su libro El hijo único: Consejos para la crianza de un solo hijo, resultado de ocho años de investigación en donde concluyen que muchos eligen esta opción para brindarles mejor educación y mayor bienestar económico.
Aunque en los países en vías de desarrollo apenas 15 por ciento de las parejas tiene hijos únicos, la tendencia es cada vez más a emular lo que sucede en los desarrollados donde esa cifra es de 45 por ciento. Esto sucede porque  hoy las parejas planean su vida de forma mucho más racional. Además, las mayores exigencias económicas, las altas tasas de divorcio, el ascenso de la mujer en el mundo laboral y el impacto de la superpoblación han provocado que muchas familias lo piensen dos veces antes de embarcarse en un segundo hijo. 
López y Arango encontraron estudios  que afirman que los hijos únicos gozan de muchas ventajas frente a los que tienen hermanos. En primer lugar, no tienen que compartir el afecto de sus padres con otros por lo que casi siempre logran desarrollar una fuerte autoestima. Además, el ambiente en el que crecen es más tranquilo pues al no competir por los recursos con otros hermanos tienen menos peleas, lo cual no solo lo agradecen ellos sino los propios padres. Todo esto contribuye a que establezcan desde temprano una relación más cercana con sus papás, a que tengan una personalidad bien definida y mayor desarrollo intelectual.
 De hecho, un estudio publicado en 2013 en la revista The National Bureau of Economic Research, en Estados Unidos, reveló que les va mejor en el colegio, tienen mayor coeficiente intelectual  y se sienten más estimulados por sus padres. “Los hijos únicos suelen tener más oportunidades educativas y mayores recursos para estudiar. Además maduran antes de tiempo porque conversan con adultos desde pequeños y esto los ayuda a enfrentar mejor los conflictos”, dijo López a SEMANA. 
 Los papás también disfrutan ciertas ventajas al criar solamente a un hijo. La principal es que tienen menos niveles de estrés porque sienten que pueden dedicarles mucho más tiempo y no tienen remordimientos por tener un favorito, como sucede en las familias más grandes. “Si los padres conocen mejor los gustos y las preferencias de su hijo, eso les va a permitir apoyarlo de una manera más eficaz a lo largo de su vida”, explica Arango.
 Pese a esto, las autoras señalan que estas ventajas pueden convertirse fácilmente en lo contrario si los papás no tienen en cuenta que requieren un tipo de crianza especial. La clave está en que sepan que la personalidad de su hijo depende exclusivamente de ellos y que deben mantener un límite para no sobreprotegerlo ni complacerlo excesivamente. Tampoco deben exigirle demasiado ni creer que siempre necesita compañía. “Es importante que comprendan que es una persona independiente y que deben organizar su vida de tal modo que le permitan crecer y desarrollar su propio mundo”, afirma López.
Todo lo anterior demuestra que la idea de tener hermanos no es una garantía para crecer en un mejor entorno y que tener un solo hijo es una opción igualmente válida a pesar de que culturalmente se haya privilegiado siempre al núcleo familiar conformado por la pareja y varios hijos. “La crianza del hijo único es un gran desafío y a la vez una experiencia gratificante”, concluye Arango.

viernes, 3 de octubre de 2014

¿CÓMO ES ESO DEL PERDÓN?

Por: Mauricio Rubio, El Espectador, Octubre 1

Está de moda hablar de arrepentimiento y perdón, incluso entre quienes estigmatizan sistemáticamente creencias que hace siglos promueven esas misteriosas virtudes.

Adrian Vlok fue ministro de Orden Público en Suráfrica durante el apartheid. Dirigió uno de los cuerpos policiales más brutales del planeta. Su “unidad anti-insurreccional” raptaba, drogaba, torturaba y desaparecía calcinados a los adversarios del gobierno. Hizo lanzar por un precipicio un grupo de jóvenes en un bus lleno de explosivos. Las personas bajo su mando empaparon la ropa de un pastor negro con un poderoso insecticida y alcanzaron a planear poner contraceptivos en el agua potable de los barrios más pobres. Su esposa Corrie, “primera dama” de la represión, casi disfrutaba las barbaridades visitando hospitales y reconfortando víctimas. Sólo después se supo que las enormes tensiones políticas mantenían controlada una bipolaridad que, con el cambio de régimen, se hizo manifiesta y la llevó al suicidio. Esa muerte fue un duro golpe para Vlok quien sólo empezó a reponerse cuando recibió el mensaje de un evangelista comunicándole que habían repartido mil ejemplares del Nuevo Testamento en honor de la difunta. El gesto lo dejó desconcertado. Los hermanos lo invitaron a unirse a su causa. Él se negó creyendo que desconocían su pasado, les contó quien era pero no les importó: “mira la biblia, Moisés mató y el todopoderoso lo llamó a su lado”. Terminó trabajando con ellos.
Vlok le señala al entrevistador el primer pasaje que subrayó en su nuevo libro de cabecera, en el sermón de la montaña, “ve y reconcíliate con tu hermano”. Cierra la biblia y anota que entendió la necesidad de arrepentirse y hacer la paz. “Comencé a ver a los negros de manera distinta. Lavándoles los pies me puse en la posición del esclavo”. Buscó al pastor envenenado, a las familias de los jóvenes del bus que explotó y a todas sus víctimas para pedirles perdón. Una de ellas cuenta que cuando “Volk nos pidió autorización para lavarnos los pies como signo de humildad, el ambiente cambió por completo”.
La semana pasada en el Vaticano Cristina Taborda, reinsertada de las FARC, pidió perdón “a nombre de todos mis compañeros y por todas las personas que están en proceso de reintegración”, y el papa Francisco se lo concedió. “Soy creyente -afirmó- es un momento muy emotivo… muchísimas gracias y Dios lo bendiga”. Sandra Gutiérrez, víctima de ese mismo grupo anota que ese encuentro le permitió dar un “perdón total a quienes la violentaron” y reconciliarse. Para Alejandro Eder, director de la Agencia Colombiana para la Reintegración, “el gesto del papa lo debemos seguir todos los colombianos”. Unos días después, Pacho Santos se arrepintió ante Sigifredo López por haberlo señalado cómplice del secuestro de los diputados del Valle dándole un cálido abrazo. “Vimos que es posible soñar la paz desde las víctimas” anotó una testigo. El escenario del suceso no podía ser más emblemático: un “Congreso Internacional de Antropología, Psicología y Espiritualidad” en el Centro Teresiano-Sanjuanista, Universidad de la Mística, Ávila, España.
Las relaciones de la intelectualidad colombiana con la religión son precarias, y las de algunos activistas francamente deplorables. El anticlericalismo es obsesivo y al opio del pueblo sólo le achacan males, como si la “persona razonable” del Code Civil de Napoleón se hubiera dado silvestre. Llaman la atención los apresurados esfuerzos por ensamblar versiones laicas y hechizas de asuntos de rancia estirpe religiosa. Rodrigo Uprimny saca de la manga el concepto de “reciprocidad democrática” de un profesor universitario gringo, una reconciliación sin perdón, a punta de deliberaciones sobre nuestras diferencias. Es dudoso que ideas ilustradas lanzadas desde la torre de marfil, o tutelas, o el ejemplo de los debates en el congreso o el voto oligatorio logren que algún masacrador se arrepienta y que fluya espontáneamente la reconciliación. En un país con amplios sectores católicos y cristianos, en donde seguirle los pasos a los desmovilizados implica “acercarse a las puertas de iglesias evangélicas” que proliferan en zonas de conflicto y en donde las referencias a la religión son “centrales en muchas conversaciones con ex combatientes”, por la paz tocará sacrificar corrección política, matizar mitos contractualistas y no tenerle tanta tirria a las creencias mayoritarias.

CUALQUIERA NO ES DOCTOR

Por: Margarita M. Orozco Arbeláez


En un país en el que se le dice “doctor” a cualquiera, no es extraño se sepa tan poco para qué sirve una persona que ha estudiado un doctorado, un doctor de verdad.

En un país en el que se le dice “doctor” a cualquiera, no es extraño que se sepa tan poco para qué sirve una persona que ha estudiado un doctorado, un doctor de verdad. Esos que han dedicado muchos años estudio, paciencia y disciplina a la investigación y a la producción de conocimiento, no para decorar sus títulos de maestría y pregrado con las letras “PhD”, sino para contribuir con el desarrollo de la nación.  
El trabajo parece noble y la labor de los investigadores con doctorado es el power point favorito de los jefes cuando quieren mostrar los resultados de sus departamentos. Lo que ellos hacen es lo primero en aparecer en la página web de la institución, es la noticia más vendedora, de lo que más se habla en las acreditaciones, mientras se guarda silencio sobre las condiciones reales que hay detrás las maravillas proyectadas: hacer investigación con las uñas, pelear para que el presupuesto de los tres pesos no se rebaje a dos por los “costos administrativos”, torear los formatos ISO y las burocracias, y luchar con aquel al que hay que decirle “doctor” pero no lo es, para que respete las diez horitas de investigación a la semana y no los ponga a ir a reuniones administrativas interminables en donde se habla de la misión y la visión, y se termina con la cotización de los muslitos de pollo del próximo congreso.
En Colombia tener un doctorado todavía es una rareza.  Según datos del Consejo Nacional de Acreditación en el país se gradúan aproximadamente 245 cada año, mientras en Brasil y México 12.217 y 4.665, respectivamente.   Eso hace que algo fundamental para el trabajo de un científico, que es tener una masa crítica de colegas con quienes trabajar y discutir, sea un bien escaso. 
A lo anterior se suma el hecho de que los doctores que llegan a trabajar en las universidades se sienten muchas veces decepcionados: han hecho una inversión económica y de calidad de vida importante  que hoy no se ve reflejada ni en un mayor salario, ni en más reconocimiento.   Se formaron como científicos de alto nivel y llegan a laboratorios vacíos en los que tienen que empezar por comprar lo básico.   Y para colmo, su jefe les dice que deben “rebuscarse” los recursos para investigar, lo cual es quijotesco en un lugar en donde sólo se invierte el 0.2% del PIB en proyectos de investigación y desarrollo.  
Los doctores son científicos que sueñan con solucionar los problemas del futuro y sin embargo, están atrapados en la dictadura de clases y los cargos administrativos de las universidades. Menos de un 1% trabaja en la administración pública y pocas empresas privadas están  dispuestas a pagar su sueldo para desarrollar proyectos de innovación.  De esta manera, investigar, que es su vocación natural y para lo que se formaron, se convierte en una actividad secundaria, lo cual es por demás absurdo en un país necesitado de procesos de desarrollo.

Hace poco leí el correo de un jefe ordenándole a su equipo de trabajo referirse a él como “doctor”.  El remitente, que posee un titulo de pregrado de la “San Marino” y dice ser doctor sin que nadie tenga certeza de su grado, me puso a pensar como en Colombia nos hemos acostumbrado a “adular” a quienes no se lo merecen, mientras los verdaderos doctores trabajan en silencio, haciendo esfuerzos admirables con la esperanza de que el país salga algún día del subdesarrollo.  
Si es verdad que el lenguaje es el principio de transformación de una sociedad,  yo comenzaré por dejar de decirle doctor a cualquiera, así iremos dando pequeños pasos de reconocimiento y respeto con quienes han alcanzado la más alta formación, mientras les quitamos el regocijo a aquellos que gozan de ese estatus  sin tener ni idea de lo que significa.   

viernes, 26 de septiembre de 2014

UNA VIOLENCIA QUE LOS DEJÓ SIN PADRES

Por: Revista Semana

En las historias de Alberto Uribe y de Manuel Cepeda, padres de Álvaro Uribe y de Iván Cepeda, puede leerse una buena parte de la violencia de este país. No fueron las únicas tragedias presentes en el recinto del Congreso. 

Iván Cepeda tenía 31 años el día en que la vida lo puso frente al cadáver de su padre. El cuerpo del senador Manuel Cepeda Vargas yacía abaleado, recostado sobre las dos sillas delanteras del carro en el que se transportaba esa mañana del 9 de agosto de 1994. Iván, que de camino a la Universidad Javeriana había llegado al lugar pensando que se trataba a lo mejor de un accidente de tránsito, naufragó absorto durante varios minutos frente a esa imagen de la que seguramente no se ha olvidado nunca. 
Es curioso que Álvaro Uribe Vélez tuviese casi la misma edad —30 años— cuando supo que su papá no había sobrevivido a los disparos de supuestos guerrilleros que llegaron a increparlo en la hacienda Guacharacas, una porción de tierra de 2.000 hectáreas que se ubica justo donde termina San Roque y comienza Yolombó, en Antioquia.
 La diferencia es que Uribe, por aquellos días alcalde de Medellín, no alcanzó a llegar al lugar del crimen. El martes 14 de junio de 1983 intentó desesperadamente salir de Medellín en un helicóptero alquilado, pero el mal tiempo hizo que tuviera que esperar durante una noche, enterándose apenas por teléfono que su papá, Alberto Uribe Sierra, a sus 50 años, había terminado su vida tendido sobre un charco de sangre en la mitad de la sala.
 Mucha agua ha corrido bajo los puentes durante 30 años. Cepeda y Uribe, hijos de la violencia de la extrema izquierda y de la extrema derecha, se tildan mutuamente de paramilitar  y de guerrillero, en una confrontación que tuvo su momento más intenso esta semana en el recinto del Congreso. Y en algo tienen que ver las tragedias de sus respectivos padres.
Pero no solo las de ellos. A medida en que los demás senadores y funcionarios del gobierno tomaban la palabra en la sesión parlamentaria, fue emergiendo un retrato tremebundo de la violencia de este país. La misma que no solo dejó sin padre a Cepeda y a Uribe, sino al ministro  Juan Fernando Cristo, cuyo padre, Julio Cristo Sahium, fue acribillado por guerrilleros del ELN en Cúcuta. Juan Fernando era embajador de Colombia en Grecia, cuando tuvo que regresar a ver a don Julio en un ataúd. “Frente al ELN estoy dispuesto al perdón, nunca al olvido”, dijo el ministro en julio de este año. En el mismo plano están los papás de los senadores Juan Manuel y Carlos Fernando Galán y de Rodrigo Lara, asesinados por órdenes de Pablo Escobar, en medio de una guerra feroz que el cartel de Medellín libró contra el Estado y los civiles.
Lo que demostró en últimas el debate es que hay heridas que no han cicatrizado y que la verdad puede llevar consigo el perdón, pero también el resentimiento cuando no opera la Justicia. Aunque Uribe haya dicho que la ausencia de su padre no generó en él una sed de venganza contra la guerrilla y la izquierda, sí reconoció en su autobiografía No hay causa perdida que la tragedia de Guacharacas marcó en su vida personal y profesional “un punto de quiebre cuya influencia es tal vez inconmensurable”. 

 Aunque ya no valga la pena preguntarse qué habría sido de Cepeda o de Uribe de no haber conocido la fatalidad familiar, puede resultar útil pensar qué sucedería si en el futuro la barbarie determinara cada vez menos el destino de los colombianos. No se trataría de un mundo perfecto. Pero sí de uno en el que los debates ideológicos no llevarían en su trasfondo la sangre de los muertos.

jueves, 18 de septiembre de 2014

SESIÓN DESOLADORA

El debate sobre paramilitarismo que debía celebrarse en el Congreso degeneró en una trifulca verbal que en nada ayuda a cimentar la cultura democrática en el país. Lo que sucedió fue la prueba palpable de que lo que mal empieza, mal acaba.


Editorial El Heraldo, septiembre 18


El espectáculo que ofreció ayer el Congreso de la República no pudo ser más desolador. Lo que debía  ser un debate sobre el fenómeno del paramilitarismo, que ha ensangrentado a Colombia en los últimos 30 años, degeneró en una lluvia de acusaciones –muchas vagas o sin pruebas, casi todas conocidas– e insultos entre buena parte de los intervinientes, que en nada ayudan a cimentar la cultura democrática en el país.
Lo que sucedió ayer en la comisión constitucional del Senado es una demostración palpable de que lo que mal comienza, mal acaba.
Promover un debate sobre el paramilitarismo es, por supuesto, una iniciativa legítima y, bien conducida, puede contribuir a que los colombianos entiendan mejor el pasado reciente para que esa etapa horrenda no se vuelva a repetir nunca más.
La duda que surge es si este era el mejor momento para llevar esa tormentosa discusión a sede parlamentaria, mientras  el Gobierno desarrolla unas negociaciones de paz con las Farc que no acaban de ser digeridas por buena parte de la población.
Como en un juego macabro del destino, se dio la circunstancia de que el debate se celebró al día siguiente de que la guerrilla asesinara en un atentado a siete policías en Córdoba. La imagen de nuestros senadores enzarzados en una trifulca verbal por hechos del pasado, mientras las Farc se ufanaban de su criminal operación, acentuaba, si así puede decirse, el patetismo de la sesión.
En cuanto al contenido de la cita, el senador Cepeda, que tiene razones fundadas para abominar el paramilitarismo, intentó en todo momento convertir el debate en un juicio a Uribe, contra quien lanzó un cúmulo de acusaciones ya muy conocidas y sin aportar pruebas contundentes.
El expresidente respondió a su vez con evasivas, con apelaciones a su honorabilidad y, sobre todo, dirigiendo su artillería contra el presidente Santos –a quien acusó una vez más, sin pruebas, de recibir dinero del narcotráfico– y contra algunos de sus hombres de confianza, con el vicepresidente Vargas Lleras y el ministro del Interior a la cabeza, por supuestos nexos con paramilitares que no acreditó de manera convincente.
Uribe exhibió la prodigiosa habilidad política que ha hecho de él uno de los grandes líderes en la historia del país, pero dio un pésimo ejemplo de conducta democrática al acudir a la Cámara solo para activar su ventilador de acusaciones, sin  quedarse al resto del debate. Pese a todo, es posible que su intervención haya conectado emocionalmente con muchos colombianos, más aún en medio de la indignación causada por el último atentado de las Farc.
Muchos senadores que apoyan al Gobierno se mostraban reacios a la celebración de este debate, pero al final recibieron la instrucción –al parecer, desde la Casa de Nariño– de que le dieran luz verde, no ya en la plenaria, pero sí en la comisión constitucional. Si la intención era perjudicar a Uribe, es probable que hayan conseguido el efecto contrario, a falta de lo que digan las próximas encuestas.
¿Y qué les quedó a los ciudadanos del esperado debate? Un embrollo de ataques e insultos, como decíamos párrafos atrás, y la amarga sensación de que, mientras el Gobierno habla con la despiadada guerrilla sobre reconciliación y posconflicto, en el Congreso, corazón de la democracia, nuestros representantes políticos no nos ayudan a imaginar lo que significaría vivir en un país en paz.

lunes, 15 de septiembre de 2014

PAÍS DE VÍCTIMAS


LA CENICIENTA DEL GABINETE

Por: Yolanda Reyes.

Por evitar posibles conflictos de intereses, damos la idea de que nos tiene sin cuidado la cultura.

La popularidad mediática de la educación en el nuevo cuatrienio de Santos parece inversamente proporcional a la de la cultura, y esa terrible involución recuerda los tiempos en que ciertos universitarios llamaban “costuras” a las electivas de humanidades que los obligaban a tomar para recibir un barniz de “cultura general” o para llenar los huecos libres, entre materias consideradas importantes.
Una mirada al diseño del gabinete presidencial que organizó los ministerios en tres equipos alrededor de los pilares de la paz, la educación y la equidad hace pensar que los reingenieros de Santos se formaron en esas concepciones de cultura que la instrumentalizaban o la reducían a las llamadas “bellas artes”.
Juzguen ustedes: en el pilar de la paz ubicaron los ministerios de Interior, Relaciones Exteriores, Defensa y Justicia; es decir, los de mayor poder político; en el de equidad, que algunos han llamado “el más robusto”, agruparon Hacienda, Minas, Comercio, Industria y Turismo, Transporte, Ambiente, Agricultura, Salud, Vivienda y Trabajo; y en el tercer pilar, correspondiente a Educación, añadieron el Ministerio de las TIC y le colgaron la cartera de Cultura, como si los desafíos de la paz y la equidad no requirieran hoy una apuesta cultural sin precedentes.
Este debería ser el tiempo de la cultura, pero no para supeditarla a la educación, sino para embarcarse en el proyecto de hacer posibles otras versiones de país y de memoria con el fin de superar esa dicotomía entre bandidos y gente de bien que nos dejó la cultura de la guerra.
En un país atravesado por las inequidades, las estigmatizaciones y las pérdidas, pero poblado también de tantas narrativas y de tantas maneras de descifrarse y reinventarse, justamente el trabajo cultural podría ayudarnos a reconocer que, más allá de los hechos, nos jugamos la vida a través de significados compartidos que se transforman continuamente, que se interpelan e intentan coexistir y tramitarse a través de formas simbólicas que nos permiten vivir juntos.
En medio de la avalancha de noticias, y casi siempre de malas noticias que hemos vivido, necesitamos noticias de nosotros mismos y Mincultura debería haber sido pensado, dentro de la reingeniería, como un pilar para el reconocimiento y la reparación de nuestras raíces humanas comunes, pues resulta difícil cambiar las lógicas de la guerra sin trabajar seriamente en una apuesta cultural que involucre a todo el país.
En ese sentido, es fundamental que la sociedad civil se ocupe de la cultura como se ha comenzado a ocupar de la educación, pues solo juntando miradas, haciendo veeduría y reclamando líneas políticas claras, concertadas y conocidas por todos, será posible sacarla de su nicho.
Salvo algunos editoriales publicados en revistas como Arcadia y otros debates regionales que parecen señalar dificultades en los procesos de selección de proyectos, sorprende constatar el poco espacio que se dedica a la cultura desde una perspectiva crítica.
La discusión sobre el presupuesto que se le asigna en el PIB, pero también sobre las políticas públicas del sector y sobre los criterios de selección de becas, incentivos y proyectos, debería ser habitual en estas páginas donde escribimos tantas personas relacionadas con el campo.
Quizás es esa proximidad la que nos lleva a eludir un tema que necesita ser analizado por las personas cercanas a los procesos de escribir, de pensar y de trabajar con símbolos. Con el prurito de evitar posibles conflictos de intereses, estamos dando la idea equivocada de que nos tiene sin cuidado la cultura. Y ese silencio que, en cualquier campo de lo público es grave, en este campo resulta impresentable.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

MATONEAR AL GAY


Por: María Antonieta García de la Torre. Escritora, editorialista y columnista nacida en Bogotá. Estudió literatura en la Universidad de los Andes. Reside en España.

Desde lo alto de la terraza se miró las manos, pensó que en breve dejarían de moverse para siempre y nunca más tocarían el rostro de su ser amado. Sergio Urrego cerró los ojos y se lanzó al vacío.
Hace pocos días nos enteramos por los medios del trágico caso de este adolescente, quien optó por el suicidio después de ser víctima de abusos constantes por ser gay. Miles de jóvenes gais terminan asesinados o se suicidan por la humillación y agresión continua de sociedades que no logran asimilar un modelo de pareja distinto del heterosexual.
La muerte como única salida, el amargo suicidio del adolescente acorralado que apenas empieza a beber el elixir de la vida, del amor, recuerda la tragedia de los jóvenes Romeo y Julieta, pero esta vez no fue una historia ficticia sino una dolorosa realidad. El pecado de Sergio fue nacer en un país, estudiar en un colegio y tener unos suegros que consideran incorrecto que un joven ame a otro.
Así que se le fueron cerrando todas las puertas y, cuando la humillación fue intolerable, dejó servido el almuerzo que le habían preparado en casa para morir.
Casos como este hay por miles en el mundo, y los países más desarrollados llevan años reformateando la visión que existe de los gais y tratando de erradicar los casos de asesinatos por homofobia y de suicidios por casos de matoneo.
Olvidamos que la elección de pareja hace parte de un proceso irracional, romántico y que no puede imponerse. Si el ser amado resulta ser del mismo sexo, pues bienvenido sea. ¡Cómo es de difícil encontrar una persona con quién compartir esta efímera vida, para que, una vez hallada nos separen de ella por prejuicios sin fundamento! No puede haber un nivel mayor de crueldad.
Lo que debe condenarse es el maltrato, la negligencia, la agresión, sin importar si la pareja involucrada está conformada por un hombre y una mujer o por dos hombres. El estigma de la homosexualidad es una construcción cultural que podría desaparecer -y así liberar a miles de gais enclosetados-.
Durante siglos se ha fomentado la familia heterosexual para fomentar la procreación y fortalecer a la iglesia. Hoy nos damos cuenta de que hay espacio para familias tradicionales católicas, pero también hay espacio para familias gais.
Miles de católicos han cambiado su postura frente a los gais desde las declaraciones del papa, que hace unos meses los incluyó en su lista de favoritos. Su labor, hay que reconocerlo, es inmensamente progresista en esta área para que rompamos ese estigma de una vez por todas.
¿Por qué algunos, sin embargo, siguen considerando natural su homofobia y lo expresan abiertamente como antaño se confesaba el racismo o el desprecio por una clase menos favorecida? Muchos de ellos nunca han tenido un amigo, pariente o conocido gay. Y si lo han tenido, lo han sacado de su círculo social sin hacer el esfuerzo de conocerlos. Y así, sin conocerlos, han construido una imagen diabólica de bacanales y orgías, de promiscuidad y locura, cosa que pondría en peligro el esquema familiar de padre-madre-hijos-mascota.
La verdad, pues es lo que nos convoca aquí, es que la inclinación sexual, así como la nacionalidad, la carrera, los gustos musicales, los hobbies no definen a una persona per se. Si todos los gais son "drogadictos promiscuos irresponsables", también podemos decir que todos los colombianos son narcos y que todos los españoles son toreros.
Pero no es así. Y aunque para muchos sea una obviedad, vemos que no sobra repetirlo: No hay NADA de malo con amar a alguien del mismo sexo. Nos han hecho creerlo, que es distinto. Lo malo es que no logremos digerirlo y aceptarlo con tranquilidad.
Lo dice incluso el diccionario, donde se evidencia que los que matonean y asesinan no son los gais sino los homofóbicos (Ver:http://es.wikipedia.org/wiki/Homofobia).
El Gobierno y las instituciones educativas están en la obligación de respetar y garantizar la igualdad, sin distingos de raza, preferencias sexuales, credo, género. Lo que vemos, empero, es que estamos en mora de proporcionarles a nuestros niños y jóvenes un ambiente igualitario. Una niña negra tiene los mismos derechos de una niña indígena y una blanca. Igual ocurre con un niño judío y uno ateo. Lo mismo con un joven heterosexual y uno gay.
La igualdad no es opcional para las instituciones educativas, como el uso de uniforme. Es su deber. De otra forma, están incumpliendo estipulaciones presentes en la Constitución y en el Código Penal.
Hasta que no dejemos de satanizar un ámbito del ser humano tan íntimo como la sexualidad, vamos a seguir empujando a jóvenes como Sergio Urrego al vacío.