Está de moda hablar de arrepentimiento y perdón, incluso entre quienes estigmatizan sistemáticamente creencias que hace siglos promueven esas misteriosas virtudes.
Adrian Vlok fue ministro de Orden Público en Suráfrica durante el apartheid. Dirigió uno de los cuerpos policiales más brutales del planeta. Su “unidad anti-insurreccional” raptaba, drogaba, torturaba y desaparecía calcinados a los adversarios del gobierno. Hizo lanzar por un precipicio un grupo de jóvenes en un bus lleno de explosivos. Las personas bajo su mando empaparon la ropa de un pastor negro con un poderoso insecticida y alcanzaron a planear poner contraceptivos en el agua potable de los barrios más pobres. Su esposa Corrie, “primera dama” de la represión, casi disfrutaba las barbaridades visitando hospitales y reconfortando víctimas. Sólo después se supo que las enormes tensiones políticas mantenían controlada una bipolaridad que, con el cambio de régimen, se hizo manifiesta y la llevó al suicidio. Esa muerte fue un duro golpe para Vlok quien sólo empezó a reponerse cuando recibió el mensaje de un evangelista comunicándole que habían repartido mil ejemplares del Nuevo Testamento en honor de la difunta. El gesto lo dejó desconcertado. Los hermanos lo invitaron a unirse a su causa. Él se negó creyendo que desconocían su pasado, les contó quien era pero no les importó: “mira la biblia, Moisés mató y el todopoderoso lo llamó a su lado”. Terminó trabajando con ellos.
Vlok le señala al entrevistador el primer pasaje que subrayó en su nuevo libro de cabecera, en el sermón de la montaña, “ve y reconcíliate con tu hermano”. Cierra la biblia y anota que entendió la necesidad de arrepentirse y hacer la paz. “Comencé a ver a los negros de manera distinta. Lavándoles los pies me puse en la posición del esclavo”. Buscó al pastor envenenado, a las familias de los jóvenes del bus que explotó y a todas sus víctimas para pedirles perdón. Una de ellas cuenta que cuando “Volk nos pidió autorización para lavarnos los pies como signo de humildad, el ambiente cambió por completo”.
La semana pasada en el Vaticano Cristina Taborda, reinsertada de las FARC, pidió perdón “a nombre de todos mis compañeros y por todas las personas que están en proceso de reintegración”, y el papa Francisco se lo concedió. “Soy creyente -afirmó- es un momento muy emotivo… muchísimas gracias y Dios lo bendiga”. Sandra Gutiérrez, víctima de ese mismo grupo anota que ese encuentro le permitió dar un “perdón total a quienes la violentaron” y reconciliarse. Para Alejandro Eder, director de la Agencia Colombiana para la Reintegración, “el gesto del papa lo debemos seguir todos los colombianos”. Unos días después, Pacho Santos se arrepintió ante Sigifredo López por haberlo señalado cómplice del secuestro de los diputados del Valle dándole un cálido abrazo. “Vimos que es posible soñar la paz desde las víctimas” anotó una testigo. El escenario del suceso no podía ser más emblemático: un “Congreso Internacional de Antropología, Psicología y Espiritualidad” en el Centro Teresiano-Sanjuanista, Universidad de la Mística, Ávila, España.
Las relaciones de la intelectualidad colombiana con la religión son precarias, y las de algunos activistas francamente deplorables. El anticlericalismo es obsesivo y al opio del pueblo sólo le achacan males, como si la “persona razonable” del Code Civil de Napoleón se hubiera dado silvestre. Llaman la atención los apresurados esfuerzos por ensamblar versiones laicas y hechizas de asuntos de rancia estirpe religiosa. Rodrigo Uprimny saca de la manga el concepto de “reciprocidad democrática” de un profesor universitario gringo, una reconciliación sin perdón, a punta de deliberaciones sobre nuestras diferencias. Es dudoso que ideas ilustradas lanzadas desde la torre de marfil, o tutelas, o el ejemplo de los debates en el congreso o el voto oligatorio logren que algún masacrador se arrepienta y que fluya espontáneamente la reconciliación. En un país con amplios sectores católicos y cristianos, en donde seguirle los pasos a los desmovilizados implica “acercarse a las puertas de iglesias evangélicas” que proliferan en zonas de conflicto y en donde las referencias a la religión son “centrales en muchas conversaciones con ex combatientes”, por la paz tocará sacrificar corrección política, matizar mitos contractualistas y no tenerle tanta tirria a las creencias mayoritarias.
Para lograr la paz en Colombia, nos tocará perdonar así nos toque sacrificar lo que es políticamente correcto, lease rebaja de condenas a los actores del conflicto...
ResponderEliminarHablando de perdón los animales son los que más no lo enseñan. Todo consiste en si queremos que Jehova Dios nos perdone, perdonemos a los demás y ello a veces toma tiempo, para algunos no es tan fácil y a algunos el resentimiento y la sed de vengarse no los deja. La misericordia de Jehová Dios es tan grande que nunca, anda diciéndole al ser humano las faltas que comete todo el día,por el contrario lo perdona. Así pues la solución pedir perdón de corazón demostrar que esta arrepentido y esforzarnos por perdonar y olvidar, el ejemplo claro los niños, ellos si pelean con el amigo a la hora ya están jugando de nuevo.
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