jueves, 16 de octubre de 2014

INDIGNACIÓN


Por: Margarita Orozco Arbélaez

La indignación es ese sentimiento particular de rabia que se experimenta cuando alguien obtiene lo que no merece.



La indignación es ese sentimiento particular de rabia que se experimenta cuando alguien obtiene lo que no merece. En el fondo, es ira contra la injusticia. La misma que se siente al ver a un tipo como Emilio Tapia, uno de los responsables del saqueo de Bogotá, en plena parranda vallenata con sus amigotes dentro de la “cárcel” La Picota, en donde rueda el whisky y se chatea por celular mientras se celebra la existencia del paramilitarismo, la corrupción y el narcotráfico.     


Ira contra la injusticia es lo que se siente al saber que mientras La Picota presenta graves problemas de derechos humanos, tiene un hacinamiento carcelario de más del doble, la gente duerme hasta en los baños y el suministro de agua es insuficiente, el señor Tapia se da el lujo de poner un límite en el número de internos en “su pabellón” porque, seguramente, le preocupa que se le coman el mercado de carnes frías y mariscos que guarda en su propia nevera y que entra semanalmente frente a los ojos del Inpec, institución que ya no encuentra qué disculpa sacar para explicar tanta corrupción e incompetencia.



Aristóteles nos enseña que la justicia consiste en dar a cada quien lo que le corresponde. Y para determinar quién merece qué, habremos de saber qué virtudes son dignas de recibir honores y recompensas: ¿Seguiremos premiando a los corruptos? ¿A los responsables de las masacres en Colombia? ¿A quienes no sienten ni un asomo de vergüenza de haber saqueado el erario público? La ley no puede ser neutral en lo que se refiere a las características de una vida decente.



Por esta razón, a mí me encantaría ver a todos los responsables  del “Carrusel de la Contratación” echando pico y pala, para arreglar cada hueco, cada calle y cada centímetro de la destruida Bogotá, hasta terminar de pagar los más de 2.000 billones de pesos que se robaron.  



Si yo fuera juez, les pondría como pena que trabajen 12 o 14 horas por día como lo  hace un trabajador raso en Colombia. Que lleven a diario su coca con sopa de arroz para la media hora de almuerzo y que al final de la tarde, para compensar el cansancio, se devuelvan en Transmilenio a dormir a La Picota, en donde no habrá privilegios y compartirán el hacinado espacio de una celda, corredor o baño con quien les toque.



Deberían llegar en la noche a limpiar los baños y a organizar su espacio antes de dormir, habiendo pasado primero por la tienda cercana a comprar lo que les alcance con los 2.000 pesos del diario para preparar la comida y el almuerzo del día siguiente. Tendrían que madrugar a las 4 de la mañana para llegar a tiempo a su trabajo, que dependerá de la zona en donde estén los huecos y de los trancones, que habrán de prever para que no se les descuente el retardo.  



Porque en este país el castigo no es el encierro de una prisión, el verdadero castigo es ser pobre y tener que vivir en la ciudad que se roban los que están en la cárcel. Eso sí que es un castigo.  



Por eso deberíamos privar a estos personajes de sus ratos de ocio y ponerlos a experimentar lo que se siente ser un trabajador que devenga un salario mínimo en Bogotá. De esta forma, probarían de su propia medicina y le ahorraríamos unos cuantos pesos de mano de obra al Distrito. Estoy segura, además, de que algunos ciudadanos nos ofreceríamos de voluntarios para hacer la supervisión de las labores con la ayuda de la Policía, no vaya a ser que el Inpec se meta y todo termine en parranda vallenata.      



Mientras fantaseo sobre cómo hacer justicia, recuerdo una frase de Michael Sandel que dice que una sociedad que pregona la justicia, debe preguntarse por la forma como distribuye las cosas que aprecia: ingresos y patrimonios, deberes y derechos, poderes y oportunidades, oficios y honores. “Una sociedad justa distribuye esos bienes como es debido”.  



¿Quiénes están recibiendo en Colombia los ingresos, los poderes, las oportunidades y los honores? La respuesta sólo produce indignación.   

lunes, 6 de octubre de 2014

TWITTER: ¿ÁGORA O CLOACA?

Por: Revista Semana. 


En Colombia, la red social Twitter pasó de ser un templo de la libertad de expresión a convertirse en un callejón donde muchos, desde el anonimato, insultan, calumnian e, incluso, incitan al delito. Y nadie conoce la solución.


La semana pasada, Jon  Lee Anderson, respetado cronista de la prestigiosa revista The New Yorker, hablaba tranquilamente en Medellín durante la entrega de los premios Gabriel García Márquez de periodismo. Pero su tono de voz cambió cuando le pidieron su opinión sobre Twitter y las redes sociales. Se puso serio y dijo que las consideraba “un gran basurero”. Más tarde, en entrevista con El Tiempo, completó su ataque: “A lo mejor puedes encontrar ahí alguna comida que te sirva, pero mucho es solo basura”.
Las palabras de este prestigioso periodista encajaban perfectamente con una sensación que algunos colombianos tenían por esos días. El lunes Gerónimo Ángel, hijo del célebre futbolista Juan Pablo Ángel, había sido objeto de un fuerte matoneo en Twitter. Esa noche, el niño había cantado en el programa La Voz Kids, y los dos minutos ante las cámaras bastaron para desatar una oleada de ofensas en su contra.
Unos meses atrás, la esposa del futbolista James Rodríguez recibió todo tipo de improperios y ofensas por su aspecto físico y por el simple hecho de haber viajado a Madrid para acompañar a su pareja. En mayo, un grupo de tuiteros no tuvo el mínimo respeto ante la tragedia de Fundación y se burlaron de los niños que murieron incinerados en un bus. Y para no ir más lejos, la Fiscalía investiga el caso de un hacker presuntamente contratado en las pasadas elecciones para atacar el proceso de paz y enlodar a importantes políticos. 
En Colombia, como en otras partes, Twitter se ha convertido cada vez más en un lugar muy oscuro donde los desadaptados, siguiendo intereses de todo tipo, insultan, calumnian y hasta cometen delitos como la estafa. Cada vez más esa buena herramienta está siendo acorralada por un maremágnum de agendas de sujetos atrincherados en sus odios, muchos de ellos encapuchados en troles y alias para mantenerse en la oscuridad.
SEMANA consultó a expertos para entender por qué uno de los  más sofisticados medios de comunicación del siglo XXI se ha convertido en el “basurero” que menciona el periodista Anderson. Más allá de los debates entre quienes defienden esa y otras redes sociales y quienes las ven como una amenaza, los consultados coinciden en que hay grandes problemas. Además, están de acuerdo en un punto central: nadie, ni en Colombia, ni en otras partes del mundo, sabe a ciencia cierta cómo esas fallas que permiten el insulto y la difamación pueden ser reparadas. Y, sobre todo, no es claro cómo se puede defender el calumniado y a qué recursos legales puede acudir, sobre todo porque no hay una jurisdicción que pueda abarcar la enorme difusión de la infamia.
Pablo Jacobsen, un asesor de comunicaciones digitales que lleva años estudiando la evolución de las redes en el país, está de acuerdo con Anderson. Para él, al ser “solo una herramienta” Twitter depende de quién y cómo lo use. Considera que, “en un país de apasionamientos”, la red social se ha convertido en un “medio de desahogo” y “en un motor del fanatismo”. Y tiene razón: estudios de comportamiento concluyen que algunas personas tienden a ser más activas en el mundo digital que en el físico y que en las redes sociales tienden a ser más virulentas cuando sienten afinidad con algún debate.
Lo grave es que Twitter cada vez más cae en manos de gente que quiere desplegar estrategias de desprestigio. Según Jacobsen, “así surge el matoneo”. Y hacer daño a través de Twitter es muy sencillo. No hay que ser un experto para abrir cuentas falsas y empezar a disparar. Los blancos pueden ser personas del común, pero también personajes, empresas y gobiernos. Y las campañas pueden ser espontáneas, como la que afectó al hijo de Ángel, o concertadas, como cuando algunas empresas quieren soterradamente acabar con productos de la competencia mediante cadenas de correos.
SEMANA tuvo acceso a personas dedicadas a esto último. Lo que más impacta es la facilidad con que abusan de Twitter. “Para hacer un ataque bien organizado necesitas bajar un par de programas y un poco de tiempo”, dijo un programador que pidió anonimato. Según él, explicarle a alguien cómo funcionan esas aplicaciones “no toma más de diez minutos”. Luego hay que “elegir la persona ‘target’, escribir el ‘post’ y bombardearla”. Para dirigir esos mensajes basta vincular el nombre del usuario con la ayuda del signo @.
Según ellos, se necesitan dos cosas: conseguir usuarios reales que repliquen los mensajes y crear usuarios falsos que Twitter no pueda identificar. “Lo hacemos con un programa muy fácil, donde puedes crear hasta 500 usuarios y manejarlos a tu antojo”,  cuenta el programador. “Cuando ya los tienes, te inventas alguna cosa, un meme, una caricatura o una frase atractiva, y la empiezas a tuitear con tus 500 usuarios. Luego tus amigos van también a retuitearla y, así, rápidamente creas una tendencia y viralizas tu mensaje”. De esta manera, el ataque ya es masivo e imposible de detener. Y lo peor: no hay que invertir un peso.
Por supuesto Twitter tiene muchos defensores. En otros lugares del mundo esa red ha sido definitiva para tumbar dictadores y fortalecer democracias, como ocurrió en la primavera árabe. Allí, en medio de toda clase de restricciones a la libertad de expresión, los trinos sirvieron para convocar las protestas y motivar a la gente a buscar una salida. 
Por otro lado, los gobernantes democráticos suelen hacer grandes anuncios por ese medio. También es posible conversar en tiempo real con los amigos y recibir informaciones importantes al instante, sin importar el lugar del mundo de donde provengan. Además, en buenas manos es un vehículo para difundir ideas brillantes y frases inspiradoras, al punto que algunos escritores y periodistas tienen gran número de seguidores que no quieren perderse de su capacidad de decir muchas cosas interesantes en solo 140 caracteres. Incluso para algunos miembros de la farándula, modelos, actores o actrices, es un medio de conectarse con millones de fans y crear con ellos una cercanía cotidiana antes imposible.
Por eso, Camilo García, experto en redes sociales, advierte el peligro que tendría intentar prohibir su uso. “Yo mismo he sido blanco de injurias, pero así y todo soy pro-Twitter”. García subraya su importancia para el trabajo policial y para dar la alarma ante emergencias. Un ejemplo es el incendio en Villa de Leyva de la semana pasada. “Mientras que la televisión informaba sobre el incendio, en Twitter la gente ya anunciaba que las llamas alcanzaban las casas de la ciudad”. Para él, “Twitter no es un basurero”, sino un medio que tiene que “autorreformarse”.
Lo mismo piensa Carlos Cortés, asesor en regulación de medios e internet. Dice que hay que tener cuidado con los extremismos: “Twitter no es el apocalipsis, pero tampoco es un idilio tecnológico”. Considera que es “una maravilla” que “fomenta la libertad de expresión” y que el problema es que, como “polarizar, simplificar y agredir es fácil” en la red social, esta “se ha convertido en una tribuna para decir cualquier cosa”. Cortés considera que el problema más grave es la forma como la gente y los medios cubren lo que sucede en Twitter. “Es increíble pero muchos creen que Twitter necesariamente refleja la realidad. ¡Pero no! Mucho de lo que ocurre ahí, en especial muchas tendencias han sido cocinadas”.
Tiene razón. Muchos creen que lo que leen en Twitter proviene de usuarios auténticos y lo replican sin pensar en las consecuencias. Y muchos medios, en televisión, radio y prensa, dedican secciones a anunciar las tendencias o lo que dicen los tuiteros sin considerar que pueden ser inventos y que esos tuiteros pueden ser las marionetas de fuerzas oscuras, hackers, o estrategias de manipulación. 
Se puede o no estar de acuerdo con las palabras que usó Anderson, pero la relación entre Twitter y los colombianos hace pensar que algo tiene que cambiar. Miguel Ángel Bastenier, uno de los periodistas más importantes de Iberoamérica, le dijo a SEMANA que hay que “hacer algo para impedir que gente resentida actúe con impunidad y para mostrarle que se puede comentar o criticar sin insultar”. Y para interpretar lo que pasa en Colombia con Twitter, prefiere referirse a una legendaria frase de un viejo western: “Un revolver no es bueno ni malo, depende de la mano que lo empuñe”. 

CON UN HIJO BASTA


Por: Revista Semana

Un nuevo libro afirma que contrario a lo que todo el mundo cree, tener un hijo único puede ser la mejor opción tanto para él como para los papás.

Siempre se ha dicho que los hijos únicos son egoístas, caprichosos, consentidos y solitarios. Sin embargo, una teoría señala que no solo esto es un mito sino que tener un solo hijo podría ser la mejor opción para los padres del siglo XXI. Así lo plantean las psicólogas María Elena López y María Teresa Arango en su libro El hijo único: Consejos para la crianza de un solo hijo, resultado de ocho años de investigación en donde concluyen que muchos eligen esta opción para brindarles mejor educación y mayor bienestar económico.
Aunque en los países en vías de desarrollo apenas 15 por ciento de las parejas tiene hijos únicos, la tendencia es cada vez más a emular lo que sucede en los desarrollados donde esa cifra es de 45 por ciento. Esto sucede porque  hoy las parejas planean su vida de forma mucho más racional. Además, las mayores exigencias económicas, las altas tasas de divorcio, el ascenso de la mujer en el mundo laboral y el impacto de la superpoblación han provocado que muchas familias lo piensen dos veces antes de embarcarse en un segundo hijo. 
López y Arango encontraron estudios  que afirman que los hijos únicos gozan de muchas ventajas frente a los que tienen hermanos. En primer lugar, no tienen que compartir el afecto de sus padres con otros por lo que casi siempre logran desarrollar una fuerte autoestima. Además, el ambiente en el que crecen es más tranquilo pues al no competir por los recursos con otros hermanos tienen menos peleas, lo cual no solo lo agradecen ellos sino los propios padres. Todo esto contribuye a que establezcan desde temprano una relación más cercana con sus papás, a que tengan una personalidad bien definida y mayor desarrollo intelectual.
 De hecho, un estudio publicado en 2013 en la revista The National Bureau of Economic Research, en Estados Unidos, reveló que les va mejor en el colegio, tienen mayor coeficiente intelectual  y se sienten más estimulados por sus padres. “Los hijos únicos suelen tener más oportunidades educativas y mayores recursos para estudiar. Además maduran antes de tiempo porque conversan con adultos desde pequeños y esto los ayuda a enfrentar mejor los conflictos”, dijo López a SEMANA. 
 Los papás también disfrutan ciertas ventajas al criar solamente a un hijo. La principal es que tienen menos niveles de estrés porque sienten que pueden dedicarles mucho más tiempo y no tienen remordimientos por tener un favorito, como sucede en las familias más grandes. “Si los padres conocen mejor los gustos y las preferencias de su hijo, eso les va a permitir apoyarlo de una manera más eficaz a lo largo de su vida”, explica Arango.
 Pese a esto, las autoras señalan que estas ventajas pueden convertirse fácilmente en lo contrario si los papás no tienen en cuenta que requieren un tipo de crianza especial. La clave está en que sepan que la personalidad de su hijo depende exclusivamente de ellos y que deben mantener un límite para no sobreprotegerlo ni complacerlo excesivamente. Tampoco deben exigirle demasiado ni creer que siempre necesita compañía. “Es importante que comprendan que es una persona independiente y que deben organizar su vida de tal modo que le permitan crecer y desarrollar su propio mundo”, afirma López.
Todo lo anterior demuestra que la idea de tener hermanos no es una garantía para crecer en un mejor entorno y que tener un solo hijo es una opción igualmente válida a pesar de que culturalmente se haya privilegiado siempre al núcleo familiar conformado por la pareja y varios hijos. “La crianza del hijo único es un gran desafío y a la vez una experiencia gratificante”, concluye Arango.

viernes, 3 de octubre de 2014

¿CÓMO ES ESO DEL PERDÓN?

Por: Mauricio Rubio, El Espectador, Octubre 1

Está de moda hablar de arrepentimiento y perdón, incluso entre quienes estigmatizan sistemáticamente creencias que hace siglos promueven esas misteriosas virtudes.

Adrian Vlok fue ministro de Orden Público en Suráfrica durante el apartheid. Dirigió uno de los cuerpos policiales más brutales del planeta. Su “unidad anti-insurreccional” raptaba, drogaba, torturaba y desaparecía calcinados a los adversarios del gobierno. Hizo lanzar por un precipicio un grupo de jóvenes en un bus lleno de explosivos. Las personas bajo su mando empaparon la ropa de un pastor negro con un poderoso insecticida y alcanzaron a planear poner contraceptivos en el agua potable de los barrios más pobres. Su esposa Corrie, “primera dama” de la represión, casi disfrutaba las barbaridades visitando hospitales y reconfortando víctimas. Sólo después se supo que las enormes tensiones políticas mantenían controlada una bipolaridad que, con el cambio de régimen, se hizo manifiesta y la llevó al suicidio. Esa muerte fue un duro golpe para Vlok quien sólo empezó a reponerse cuando recibió el mensaje de un evangelista comunicándole que habían repartido mil ejemplares del Nuevo Testamento en honor de la difunta. El gesto lo dejó desconcertado. Los hermanos lo invitaron a unirse a su causa. Él se negó creyendo que desconocían su pasado, les contó quien era pero no les importó: “mira la biblia, Moisés mató y el todopoderoso lo llamó a su lado”. Terminó trabajando con ellos.
Vlok le señala al entrevistador el primer pasaje que subrayó en su nuevo libro de cabecera, en el sermón de la montaña, “ve y reconcíliate con tu hermano”. Cierra la biblia y anota que entendió la necesidad de arrepentirse y hacer la paz. “Comencé a ver a los negros de manera distinta. Lavándoles los pies me puse en la posición del esclavo”. Buscó al pastor envenenado, a las familias de los jóvenes del bus que explotó y a todas sus víctimas para pedirles perdón. Una de ellas cuenta que cuando “Volk nos pidió autorización para lavarnos los pies como signo de humildad, el ambiente cambió por completo”.
La semana pasada en el Vaticano Cristina Taborda, reinsertada de las FARC, pidió perdón “a nombre de todos mis compañeros y por todas las personas que están en proceso de reintegración”, y el papa Francisco se lo concedió. “Soy creyente -afirmó- es un momento muy emotivo… muchísimas gracias y Dios lo bendiga”. Sandra Gutiérrez, víctima de ese mismo grupo anota que ese encuentro le permitió dar un “perdón total a quienes la violentaron” y reconciliarse. Para Alejandro Eder, director de la Agencia Colombiana para la Reintegración, “el gesto del papa lo debemos seguir todos los colombianos”. Unos días después, Pacho Santos se arrepintió ante Sigifredo López por haberlo señalado cómplice del secuestro de los diputados del Valle dándole un cálido abrazo. “Vimos que es posible soñar la paz desde las víctimas” anotó una testigo. El escenario del suceso no podía ser más emblemático: un “Congreso Internacional de Antropología, Psicología y Espiritualidad” en el Centro Teresiano-Sanjuanista, Universidad de la Mística, Ávila, España.
Las relaciones de la intelectualidad colombiana con la religión son precarias, y las de algunos activistas francamente deplorables. El anticlericalismo es obsesivo y al opio del pueblo sólo le achacan males, como si la “persona razonable” del Code Civil de Napoleón se hubiera dado silvestre. Llaman la atención los apresurados esfuerzos por ensamblar versiones laicas y hechizas de asuntos de rancia estirpe religiosa. Rodrigo Uprimny saca de la manga el concepto de “reciprocidad democrática” de un profesor universitario gringo, una reconciliación sin perdón, a punta de deliberaciones sobre nuestras diferencias. Es dudoso que ideas ilustradas lanzadas desde la torre de marfil, o tutelas, o el ejemplo de los debates en el congreso o el voto oligatorio logren que algún masacrador se arrepienta y que fluya espontáneamente la reconciliación. En un país con amplios sectores católicos y cristianos, en donde seguirle los pasos a los desmovilizados implica “acercarse a las puertas de iglesias evangélicas” que proliferan en zonas de conflicto y en donde las referencias a la religión son “centrales en muchas conversaciones con ex combatientes”, por la paz tocará sacrificar corrección política, matizar mitos contractualistas y no tenerle tanta tirria a las creencias mayoritarias.

CUALQUIERA NO ES DOCTOR

Por: Margarita M. Orozco Arbeláez


En un país en el que se le dice “doctor” a cualquiera, no es extraño se sepa tan poco para qué sirve una persona que ha estudiado un doctorado, un doctor de verdad.

En un país en el que se le dice “doctor” a cualquiera, no es extraño que se sepa tan poco para qué sirve una persona que ha estudiado un doctorado, un doctor de verdad. Esos que han dedicado muchos años estudio, paciencia y disciplina a la investigación y a la producción de conocimiento, no para decorar sus títulos de maestría y pregrado con las letras “PhD”, sino para contribuir con el desarrollo de la nación.  
El trabajo parece noble y la labor de los investigadores con doctorado es el power point favorito de los jefes cuando quieren mostrar los resultados de sus departamentos. Lo que ellos hacen es lo primero en aparecer en la página web de la institución, es la noticia más vendedora, de lo que más se habla en las acreditaciones, mientras se guarda silencio sobre las condiciones reales que hay detrás las maravillas proyectadas: hacer investigación con las uñas, pelear para que el presupuesto de los tres pesos no se rebaje a dos por los “costos administrativos”, torear los formatos ISO y las burocracias, y luchar con aquel al que hay que decirle “doctor” pero no lo es, para que respete las diez horitas de investigación a la semana y no los ponga a ir a reuniones administrativas interminables en donde se habla de la misión y la visión, y se termina con la cotización de los muslitos de pollo del próximo congreso.
En Colombia tener un doctorado todavía es una rareza.  Según datos del Consejo Nacional de Acreditación en el país se gradúan aproximadamente 245 cada año, mientras en Brasil y México 12.217 y 4.665, respectivamente.   Eso hace que algo fundamental para el trabajo de un científico, que es tener una masa crítica de colegas con quienes trabajar y discutir, sea un bien escaso. 
A lo anterior se suma el hecho de que los doctores que llegan a trabajar en las universidades se sienten muchas veces decepcionados: han hecho una inversión económica y de calidad de vida importante  que hoy no se ve reflejada ni en un mayor salario, ni en más reconocimiento.   Se formaron como científicos de alto nivel y llegan a laboratorios vacíos en los que tienen que empezar por comprar lo básico.   Y para colmo, su jefe les dice que deben “rebuscarse” los recursos para investigar, lo cual es quijotesco en un lugar en donde sólo se invierte el 0.2% del PIB en proyectos de investigación y desarrollo.  
Los doctores son científicos que sueñan con solucionar los problemas del futuro y sin embargo, están atrapados en la dictadura de clases y los cargos administrativos de las universidades. Menos de un 1% trabaja en la administración pública y pocas empresas privadas están  dispuestas a pagar su sueldo para desarrollar proyectos de innovación.  De esta manera, investigar, que es su vocación natural y para lo que se formaron, se convierte en una actividad secundaria, lo cual es por demás absurdo en un país necesitado de procesos de desarrollo.

Hace poco leí el correo de un jefe ordenándole a su equipo de trabajo referirse a él como “doctor”.  El remitente, que posee un titulo de pregrado de la “San Marino” y dice ser doctor sin que nadie tenga certeza de su grado, me puso a pensar como en Colombia nos hemos acostumbrado a “adular” a quienes no se lo merecen, mientras los verdaderos doctores trabajan en silencio, haciendo esfuerzos admirables con la esperanza de que el país salga algún día del subdesarrollo.  
Si es verdad que el lenguaje es el principio de transformación de una sociedad,  yo comenzaré por dejar de decirle doctor a cualquiera, así iremos dando pequeños pasos de reconocimiento y respeto con quienes han alcanzado la más alta formación, mientras les quitamos el regocijo a aquellos que gozan de ese estatus  sin tener ni idea de lo que significa.